sábado, 5 de noviembre de 2011

RESUMEN DE LA OBRA: MATALACHE

Veamos el resumen de esta novela: Don Baltazar Rehón de Meneses visita a don Juan Francisco en La Tina, un Caserón de adobe donde se fabrica jabón y se curten pieles, con la finalidad de enviarle a una joven mulata llamada Rita, para que pierda su pureza a manos de José Manuel, un mulato veintiocheno, exúbero de belleza juvenil, con vigor y flexibilidad de pantera javanesa y mirada soberbia y firme. A pesar que considera que actuar de intermediario en el acoplamiento de los esclavos es algo indigno, don Juan Francisco acepta pero con la intención de quedarse con la mulata, pues, según le ha dicho don Baltazar, la muchacha es de lo más eficiente. La Tina era en 1816 un caserón de adobe, ladrillo y paja, levantado a sotavento de la ciudad, unos quinientos pasos más allá de su extremo norte, besando la escarpada margen derecha del Piura y sobre una prominencia del terreno. Vista de lejos, semejaba de dia por su aislamiento y extensión, un castillo feudal, y en las noches, un aguafuerte goyesco. (...) Posiblemente esto fue lo que pensó el fundador de La Tina. El licenciado don Cosme de los Rios.(...) La clase de industria a que había sido dedicada exigíalo así. Fabricar jabones y curtir pieles era un trabajo que obligaba a alejarse de la comunidad y a seguir ciertas prácticas para poder desenvolverse favorablemente. (...) Y en este vértigo del trabajo el negro era el que más contribuía con su sangre y sudor. Al igual que las bestias se le daba ración contada y medida. (...) Y a cambio de esto once horas de trabajo: de cinco a seis con dos horas de descanso de por medio. Y era en este edificio donde Juan Francisco el nieto de aquel hidalgo industrioso del siglo XVIII, había venido a establecerse, resuelto a amasar en ella una nueva fortuna. El abuelo había sido un hombre de vida disipada, de ahí que a su muerte el negocio quedara resentido. Fue en esta condición de descrédito en que don Juan Francisco recibió el negocio familiar. Junto con el traspaso se le dio una docena y media de esclavos, viejos en su mayor parte, y al frente de este rebaño a un atlético mulato llamado José Manuel, terror de las mulatas jóvenes debido a su virilidad. Fue en aquellos días, en que don Juan Francisco se hallaba levantando a La Tina de sus escombros, en que intempestivamente apareció su hija María Luz, venida de Lima, y seguida de una cabalgata de jóvenes píatenos cautivados por la belleza de la muchacha. El arribo de la muchacha no causó gracia alguna a su padre, quien veíase ya haciendo el papel de madre. La muchacha había estado al cuidado de sus tíos, pero como el padre no había enviado el dinero para la mantención con puntualidad, aquellos decidieron enviársela al padre para que él se hiciera cargo de la hija. Para que la muchacha no interfiriera en sus labores, el padre la instaló en el piso alto, sobre sus habitaciones, con cierta independencia, y dándole para su servicio dos criadas, entre ellas a Rita. La tranquilidad de María Luz en aquella enorme casa no era más que aparente. Aquella vida era como un secuestro, como un encierro a perpetuidad, sin esperanza de cambio o fin. Sólo las puestas del sol alegraban su espíritu; unas puestas de sol que bañaban sus pupilas en oros y violetas de una pureza extraña. Cierta mañana, estando María Luz en el balcón de su recámara, fue saludada amablemente por José Manuel, que era el capataz de La Tina. Fue aquel musculoso mulato quien le sirvió de guía cuando la bella muchacha se decidió a dar un paseo por los alrededores de la fábrica. Así pudo la muchacha contemplar a los peones que trabajaban casi desnudos en aquel ambiente nauseabundo, donde los cueros despedían una hediondez acre y punzante y donde una espesa nube de moscas zumbaban por todas partes. Por un negro de aspecto simiesco y medio tonto, María Luz pudo enterarse de donde provenía el mote de Matalache, con que se le conocía a José Manuel: "Cógela, Cógela José Manuel; /mátala, mátala, mátala, che", le cantaban al mulato en alusión a las cuantiosas muchachas que habían pasado por el "empreñadero", habitación de aspecto fantasmal donde el negro se amancebaba con las mulatas que le enviaban los señores del lugar con la finalidad de que las preñara y apoderarse de los críos para así aumentar el número de esclavos a su servicio. La fama de José Manuel incitó la curiosidad de María Luz quien cautelosamente comienza a indagar sobre su personalidad, así descubre que nunca ha obligado a ninguna mulata, a pesar de haberlo podido hacer, a someterla a sus requerimientos amorosos. Prueba de ello es el caso de Rita, quien le confiesa que se opuso a estar con el padrillo, el cual le dijo: Eres tú la primera mujer que rechaza a José Manuel y por eso me has gustado y no son pocas, me han aceptado luego. Más bien yo te respeto. Todas, todas las que han entrao aquí, que no son pocas, me han aceptado luego. Más bien yo he despreciado algunas. Y me he acostao en esa tarima solo, dejándolas ahí plantadas toda la noche. Matalaché, como me llaman las gentes de la ciudad, tiene también corazón y sentidos, y lo que no le gusta lo deja. Y también orgullo: por eso no te obligo. Si yo juera un bruto, como esos que duermen allá en el canchón, te forzaría, que para eso te han mandado tus amos, y de nada te valdrían los gritos ni las lágrimas. José Manuel no sabe hacer esas cosas, y menos hacer llorar a las mujeres; sobre todo, cuando son infelices como tú que no tienen la culpa de hallarse aquí. Quédate tranquila si gustas, o lárgate si quieres" La presencia de María Luz. en medio de esa oprobiosa servidumbre, significó la aurora después de una noche de desvelo y angustia. Una alegría repentina brilló en todos los rostros y un nuevo espíritu de trabajo se despertó en todas las almas. Las mujeres, esclavas y libres, sentíanse también felices y como amparadas por una sombra protectora. Los instrumentos de castigo, usados hasta entonces con sádica frecuencia, dejaron de repente de aplicarse. Un sentimiento de humanización comenzó a extenderse por todos los ámbitos de aquel semipresidio, hecho como para torturar las almas y los cuerpos. A don Juan Francisco la vuelta de esta hija venia sin duda a abreviarle su esperanza de enriquecimiento, que era su única ambición y la causa del aislamiento en que vivía. Pero el más impresionado y transformado por la influencia de esta mujer fue José Manuel. La oscuridad del pobre mundo en que viviera sumido desde que nació, comenzó a desvanecerse y a dejarle entrever horizontes de luz y de vida ignorados por él hasta entonces. Y su corazón empezó a sentir la necesidad del acoplamiento espiritual, que sólo por intuición había descubierto ser más fuerte y digno que aquellos otros de que había gozado hasta entonces por causa del sórdido interés de los amos. Física y espiritualmente José Manuel era el negro menos negro de los esclavos de La Tina. Sus rasgos fisonómicos reflejaban el sello inconfundible del blanco, el cual era considerado un agravio a la raza por parte de los demás esclavos que en el fondo lo odiaban. Él había nacido en el valle de Tangarará, donde su madre había trabajado hasta el día de su muerte, llevándose a la tumba el secreto de su dudoso nacimiento. Lo que sí supo era que él llevaba el nombre del amo del valle, don José Manuel de Sojo, de quien tenía además ciertos rasgos físicos. Don José Manuel comenzó por separarlo del contacto de los otros esclavos, ponerle un maestro que le enseñó a leer, escribir y contar, y cuando lo creyó suficientemente preparado para manejar los asuntos de su escritorio, se los encomendó, no sin cierta complacencia, poniéndole así casi al nivel de sus empleados libres. Y así llegó José Manuel a los veinte años: libre, bravío, pujante y dominador. Por eso, tanto sus compañeros de Tangarará como los de La Tina jamás pudieron perdonarle su aire de superioridad insufrible y menos el origen misterioso de su ascendencia, que lo arrancara de repente del seno de ellos y lo llevara a ejercitarse en ocupaciones dignas de los blancos. José Manuel no conoció, pues, jamás el amor de sus compañeros de desgracia. Todas estas desconfianzas y antipatías fueron acumulándose en lomo de José Manuel hasta casi aislarle de los suyos, obligándolo a sacar fuerzas para sobrellevar dignamente su cruz de servidumbre. De repente el mulato viose precipitado de la altura en que vivía. Don José Manuel de Sojo apareció una mañana muerto, y el sol que alumbraba el camino del otro José Manuel se nubló. Como el amo se murió sin dejar ninguna disposición testamentaría, los herederos pusieron en venta los bienes del difunto, entre los cuales se incluían a los esclavos. El nuevo amo pasó a ser don Francisco Javier de Paredes, Marques de Salinas, quien no tardó en hacerle ver a los esclavos que en el mundo había dos clases de hombres: los que nacían para ser servidos y los que nacían para servir. José Manuel trató en vano de que se le reconozcan sus méritos lindos en los libros, y por el contrario fue mandado a trabajar al campo; en este esfuerzo físico lo encontró José Manuel un calmante para la rabia sorda que la apretaba el corazón. Su espíritu lo llevó a tener enfrentamientos con el capataz por lo cual el marqués, para evitar que esta rebeldía influyera en los otros esclavos, lo vendió a Don Diego Farfán de los Godos, hombre de cierto espíritu democrático que estuvo a cargo de La Tina antes que don Juan Francisco la tomara a cargo. María Luz descubrió un día que su pensamiento tendía un puente sutil entre la locura de simpatía invencible y la audacia de un esclavo feliz. El pensamiento de ceder al deseo que sentía José Manuel, era siempre el tema dominante de su alma. que se le presentaba cada vez más decente y dominador. Una mañana en que el esclavo fue a la habitación de María Luz a tomarle las medidas para unas zapatillas que le iba a confeccionar, la muchacha sintió enloquecer cuando las manos de José Manuel tocaron sus pies. Cuando María Luz confiesa a Casilda, la negra que la había amamantado desde cuando era niña, la pasión que se ha apoderado de su alma, la vieja mujer quedóse asombrada ante la locura. El mismo José Manuel también siente dentro de sí la misma pasión de amor que se ha apoderado de su alma. Cuando Matalaché hace entrega de las zapatillas a María Luz, ésta colocó en ellas un beso de efusión y gratitud. A los pocos días se estrenó el oratorio, donde muchos de invitados halagaron el frontal de cuero que José Manuel, a petición de María Luz, había hecho con esmero para la ocasión. Estaban presentes los señores del lugar quienes departían sobre sus vicios y sobre los últimos chismes del lugar. Fue en una de éstas conversaciones en que el cura, picado por las constantes pullas que le lanzaba don Miguel Jerónimo, propuso una potencia entre José Manuel y el negro Nicanor, esclavo al servicio de don Miguel. La potencia consistiría en ver cual de los dos era el mejor guitarrista del lugar, ya que ambos eran ¡declarados unos virtuosos del instrumento de cuerdas. Todo no hubiera pasado de una amistosa contienda si don Juan Francisco no hubiera dicho: "Yo propongo que el que pierda ceda su guitarrista al amo del vencedor y que el torneo se haga aquí en La Tina, siendo de mi cuenta todos los gastos. De modo no hay apuestas. Las palabras de su padre significaron para María Luz un dardo de molestia y amargura que fue a posarse en su corazón enamorado. Este hecho motivó que la muchacha se resolviera a definir su situación con José Manuel. Para esto, valiéndose de la ayuda de esclava, concierta una cita entre el mulato y Rita, pero para tal fin, ella será quien espere a José Manuel en la habitación en vez de Rita. Así sucede y José Manuel, debido a la oscuridad reinante en la habitación, no se percata de la suplantación; pero lejos de entregarse a los placeres carnales, el mulato le dice a su acompañante que no puede estar con ella porque ama a otra mujer. La felicidad de María Luz ante esta muestra de fidelidad de su amado no puede ser más evidente, y le confiesa su verdadera identidad, José Manuel no puede ocultar su amor por más tiempo y en aquella noche se quedan unidos por siempre aquellos dos jóvenes sin importarles la condición de amo y esclavo. El esperado duelo entre los guitarristas llegó por fin; coincidía con el día de Corpus, fiesta que iba acompañada de una procesión. En La Tina, el día había sido recibido también con alborozo y con razón que en la ciudad. Para sus moradores este día de Corpus iba a dejar en todos un recuerdo memorable. Desde hacía un mes no se hablaba en ella más que de la fiesta original e interesante, entre dos esclavos iban a ser objeto de expectación pública. Una fiesta jamás vista hasta entonces, tenia suspensos a amos y siervos, y para cuya asistencia habían sido ocupados todos los postales de la ciudad por el linajudo señorío piurano y el de sus contornos. La enfermera doña Florentina, interesada naturalmente en el triunfo de su compañero, había llamado a José Manuel, y después de jugarle las cartas, terminó asegurándole que la victoria sería irremisiblemente suya. El mulato impresionado por la gravedad y misterio con que la cartomántica había barajado y combinado los naipes, sonrió optimista, al presagio. Y el presagio había circulado por todos los ámbitos del caserón desde el piso del ama, que lo recibiera con oculta alegría, hasta el galpón de los esclavos, que se anticiparon a celebrarlo en la noche, canturreando y contándose cuentos de truculencia infantil, a excepción del congo del molino, quien, reconcentrado y misterioso, no hacía más que oír y observar desde la tarima de su cubil. La única que deseaba que José Manuel perdiera era Casilda, la confidente y mediadora de María Luz en sus amores prohibidos, pues, comprendía la grave responsabilidad de su celestinaje y todo el castigo que de él podía desprenderse. De ahí su deseo de que el mulato perdiera para que así se alejara de la muchacha. Más de un centenar de concurrentes, entre señores y esclavos, colmaron el gran salón donde se llevaría acabo el tan esperado duelo. Ambos guitarristas dieron lo mejor de si, pero el repentismo de José Manuel, así como su variedad de composiciones, le otorgaron un fácil triunfo. El negro Nicanor, apodado “Mano de Plata", había cantado en una de sus décimas: "Sabe, pues, por esta muestra,/ y lo digo sin tartulla;/ si pierdo, te doy mi diestra:/ si gano, me das la tuya."; y cumplió. "Apenas terminada la proclamación, que todos recibieron con vivas demostraciones de júbilo y simpatía a José Manuel, el vencido, ceñudo y trágico, se irguió y dirigiéndose a la mesa, frente a la cual los otros dos maestros permanecían sentados gravemente, afirmó sobre ella su diestra, desenvainó con la otra el machete y con feroz resolución se la amputó de un tajo, a la vez que, cogiéndola y tirándola a los pies de su vendedor, después de haber envainado el sangriento puñal, decía: Matalaché, Nicanor sabe cumplir lo que promete. Ahí te va mí diestra, que ya no me sirve. Una exclamación de horror brotó de todas las bocas, horror, que se acrecentó cuando el pobre vencido, mostró el rojo muñón al jurado, disparó contra él un copioso chorro de sangre. Han sido ustedes justos, maestros. Y como ya he dejado de ser "Mano de Plata", pues mejor sin ella que con ella". Desde la fiesta memorable, de la que iban ya corridos como tres meses, María Luz no hacía más que llorar, y con tal desconsuelo que nada podía aquietarle el espíritu ni decidirla a tomar las pócimas que Casilda y Martina le ofrecían. Don Juan Francisco encontraba raro las negativas de su hija de dejarse tratar por un médico, María Luz sabia que ya no podía esconder por más tiempo su embarazo y el escándalo que este hecho provocaría la mortificaba tanto que Martina le propuso hacerla abortar. Ella se negó tajantemente. Cuando don Juan Francisco llamó a Martina para interrogarla sobre las causas que mantenían a su hija postrada tanto tiempo, escuchó al mulato que siempre le cantaba a Matalaché, entonar el siguiente Cántico: "Cógela, cógela, José Manuel;/ mátala, mátala, mátala che! No te la coma tú solo, piti;/ deja una alita siquiera pa mi". Enfurecido golpeó al insolente que se atrevía a cantar eso tan cerca de su casa y descubrió que era José Manuel quien había subido muchas veces a la alcoba de María Luz. En pocas horas aquel hombre se deshumanizó y todo lo que fluía en él tenía una tal radiación de dolor y fiereza que sobrecogía al que miraba. El epilogo tuvo rápido fin: José Manuel, trasladado por dos corpulentos esclavos, fue arrojado sin misericordia alguna en una de las tinas donde tantas veces había visto hacerse el jabón, rugiente y humeante como un cráter voraz. Un alarido taladrante se escuchó en la noche silenciosa, poniendo en el alma de los esclavos una loca sensación de pavor. Quince días después, los parroquianos que iban por jabón a La Tina se encontraban con las puertas cerradas, y sobre éstas un lacónico letrero, que decía: SE TRASPASA, EN SAN FRANCISCO DARÁN RAZÓN. 

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